Al contrario de lo que se pueda pensar, tener un padre muy perfeccionista para mí ha sido toda una bendición.

No fue así desde siempre, claro. Al principio, ni siquiera sabía porque nunca me conformaba con nada. Porque nunca era suficiente. Siempre pensaba en lo que estaba mal, lo que podía mejorar, lo que faltaba por conseguir.

Y no es que ese perfeccionismo o esa exigencia de mi padre se volcaran sobre mí. Es curioso. Yo nunca he tenido la sensación de que haya hecho cosas y se me haya dicho que podía hacerlas mejor, por muy buenas que fueran. Respecto de mí, en casa siempre solía estar todo bien.

Tener un padre muy perfeccionista

La verdad es que es algo que tengo que agradecer a mis padres. Siempre han estado ahí cuando he necesitado ayuda. Y siempre han dejado que sea yo quien elija el camino. Que sea yo quien acierte o me equivoque. No sé si por intuición. O por fe en mí, pero siempre he hecho lo que he creído mejor y ellos, estuvieran de acuerdo o no, me han apoyado en todo.

Recuerdo cuando repetí curso. Para mí era algo un poco decepcionante, sabiendo la capacidad que tenía y el poco esfuerzo que había puesto. Hablé con mi padre desde una cabina (eran esos tiempos). Le conté que iba a repetir y lo primero que dijo es: «Bueno, no pasa nada. El año que tocará esforzarse más».

Por eso, es gracioso que tenga esa parte en mí de no conformarme con nada. Cuando en realidad a mí no me han exigido una locura. Pero la realidad es que en el ambiente, en el entorno, sí que se veía ese rasgo inconformista de mi padre.

Probablemente, a él le venga de mis abuelos, sus padres. Estas cosas suelen pasarse de generación en generación. El caso es que nunca solía disfrutar plenamente de algo. En un restaurante, el servicio podía mejorar. En casa, las cosas nunca solían estar en su sitio, aunque fuesen unos centímetros.

Y es ese inconformismo el que me llevó a buscar un cambio cuando no estaba a gusto en mi primer trabajo. Pese a que fuera mi empresa. Esa continua búsqueda de la felicidad hizo que también cambiase otro trabajo donde era socio para dedicarme a mi pasión.

Si no hubiera sido por él, probablemente me habría adaptado a una vida ‘normal’. Un jornada laboral de 40-50 horas. Desconectar los fines de semana. Viajar en vacaciones. Lo típico.

Pero ese siempre querer más me ha empujado a leer. A no dar por sentadas las cosas. Me ha animado exigirme más. A buscar continuamente. A analizar qué puede mejorar. Y, gracias a eso, a estar finalmente haciendo algo que disfruto haciendo: Ayudar a los demás.

Así que, este agradecimiento hoy va para él. Tener un padre muy perfeccionista ha contribuido mucho a ser quien soy hoy. Gracias, Pipo, por ser así de exigente. No habría llegado aquí de no ser por ti.

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