No me las voy a dar de fan acérrimo de Kobe Bryant. Siendo seguidor de los Rockets, creo que han sido más veces las que lo maldije que las que lo alabé.

Sin embargo, con el tiempo y la madurez, empecé a distanciarme de ese comportamiento pasional y apreciar su juego. Y también su dedicación sin límites. Su perseverancia unida a su tozudez. Y la gran persona que había detrás.

Kobe Bryant

En las últimas temporadas, me sabía mal no verlo competir al más alto nivel, con unos Lakers hundidos en la clasificación. Pero aun así, lejos de retirarse antes de tiempo o tirar la toalla, él seguía dándolo todo. Recuperándose de lesiones que a otros los habrían finiquitado.

Seguí su última temporada con pasión, admirando los tributos que cada afición rival le dedicaba en su último paso por esa estadio y esa ciudad. Cuando llegó la hora del último partido, ahí decidí estar yo. No quería leerlo al día siguiente. Quería vivir ese momento.

Así que puse cuidadosamente la alarma en mi reloj para levantarme y ver su último partido. No recuerdo haber vibrado así en un encuentro que no incluya a los Rockets o España, la verdad. Celebré cada canasta, admirando la actuación que Kobe estaba protagonizando. Se notaba que sacaba fuerzas de su cabeza, más que de su cuerpo.

Lo que más he admirado de Kobe Bryant

Recuerdo una historia que leí que muestra bien a las claras quién es Kobe. La contó Robert, un preparador físico que estaba con el equipo olímpico de Estados Unidos, antes de las olimpiadas de Londres.

Kobe le llamó a las 4:00 de la mañana para ir a hacer trabajo de acondicionamiento. Estarían hasta las 5-6 entrenando juntos y luego Robert volvió al hotel, dejando a Kobe tirando unos tiros.

A las 11:00 se reunieron todos los jugadores y entrenadores y Robert se acercó a Kobe. Le dijo: «Buen entrenamiento esta mañana. ¿Cuando terminaste?» Kobe le miró y respondió: «Ahora miro. Quería encestar 800 tiros. Así que ahora».

En una época, con 34 años, en la que la mayoría de jugadores preservan su físico y tienden a relajarse un poco, Kobe entrenaba más que nadie. Sus ganas de ser el mejor, de superar todos los récords que estuvieran a su alcance, podían más que nada. Pretty impressive.

Mañana no existe

Así, llegamos al día de hoy. Un día triste y raro. Obviamente, no conocía a Kobe personalmente. Pero eso no quita para que no me invada esa tristeza. Y me hace reflexionar también. Una reflexión sobre la brevedad de la vida. Y cómo todo puede cambiar en un segundo.

Cualquiera, tenga la influencia y dinero que tenga, puede perder la vida en un instante. Por eso, no debemos dar el mañana por sentado. Mañana no existe. Solo existe el hoy. Que es cuando podemos tomar acción y luchar por nuestros sueños. No tener en cuenta pequeñas cosas. Perdonar a quien nos ha jodido. Decir te quiero a las personas que amamos. Agradecer a quienes nos han apoyado.

Es algo que tengo bien presente en mi vida, tatuado incluso. Pero hechos como el de ayer hacen que aflore más si cabe este pensamiento.

¡Gracias, Kobe Bryant, por los momentos que dejaste y la inspiración que has sido! Que DEP los 9 ocupantes fallecidos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *