Al estar hablando con él, parece que lo conociera de toda la vida. La chimenea nos calentaba al fondo mientras yo conversaba con ese amable señor de pelo blanco que, al igual que yo, también estaba en el hotel pasando unas divertidas vacaciones. No imaginaba yo que iba a ser también un viaje revelador.

Llegué aquí después de estar unos días en Vancouver, buscando una de las mejores pistas para esquiar de toda América: Whistler. Y la realidad, no solo no me defraudaron sino que superaron todas mis expectativas. Kilómetros y kilómetros de nieve, amabilidad por parte de cualquiera de los empleados y muy buen ambiente por las tardes. Me había tomado un descanso de dos semanas porque necesitaba desconectar después de dos años de trabajo sin descanso. No estar pendiente de nada más que de disfrutar.

Un encuentro revelador

Había regresado de un gran día de snowboard, con un sol radiante, grabando con mi cámara algunos vídeos para mi baúl de los recuerdos. Había disfrutado como un enano, conocido a un alemán que vivía en Vancouver y subía a esquiar entre semana, cuando no trabajaba. El hotel donde me alojaba era de lo más acogedor, muy rústico, con madera de calidad y un salón-cafetería que, además de contener en su menú algunos entrantes deliciosos y muy sanos, tenía camareros simpáticos y la chimenea que mencionaba al principio. Siempre me han gustado las chimeneas, el calor que desprenden. Pero después de una jornada de ejercicio intenso y de frío, ésta reconfortaba especialmente.

Ahí estaba yo, comiendo tranquilamente unas alitas de pollo (ecológico, por supuesto) y escribiendo mis reflexiones sobre aquel día, cuando el hombre de pelo blanco, con una sonrisa radiante, se acercó a mi mesa y me preguntó si podría sentarse a conversar conmigo. Por supuesto, le respondí. Viajo solo – añadí – y un poco de compañía se agradece, a veces. Asintió, sin borrar esa sonrisa de su rostro, entendiendo perfectamente a qué me refería.

una chimenea acogedora

— Bueno, ¿qué te trae por aquí? — me soltó sin ni siquiera decirme su nombre.

— Pues estoy de vacaciones. He tenido un periodo muy duro y quería desconectar un poco del trabajo y las obligaciones, disfrutar. — le respondí.

— Estás en un lugar idílico para ello y debes de sentirte afortunado por poder permitirte venir aquí — contestó mi nuevo compañero.

— ¿Sí? Bueno… No me lo había planteado. He viajado a muchos sitios y he ido a la nieve en otras ocasiones. Solo quería un lugar alejado donde, a pesar del wifi, no estar pendiente de emails, llamadas, noticias. — repuse.

— Pues no quiero meterme en tu vida. Eres libre de hacer lo que quieras, pero cuando yo empecé a apreciar todos los días desde los pequeños detalles (una puesta de sol, una taza humeante de café recién hecho por mi mujer, una hoja en blanco por escribir) hasta las grandes cosas de mi vida (estar vivo, sano y fuerte, mis hijos, la suerte en los negocios), experimenté un cambio en mi forma de ser, de tratarme a mí mismo y a los demás, que me ha dado mucha más felicidad de la que tuve en mis primeros años de vida laboral. Y eso que siempre me consideré afortunado. Tuve mi primera empresa muy joven, fue un éxito. Encontré a la mujer de mis sueños y sigo compartiendo mi vida con ella. Pero, te repito, desde que empecé a ver la vida con agradecimiento infinito, incluso por aquellas cosas malas que me pasaban, mi vida cambió a mejor. ¿Sabes? Es casi más importante agradecer cuando nos pasan cosas que nos molestan.

El hombre me había dejado sin palabras tras esta retahíla de pensamientos que apenas empezaba a procesar. Dudaba qué decirle.

— ¿Por qué? — Fue lo único que salió por mi boca.

— Porque te hace sentirte más vivo. Porque cuando siempre va todo bien, puedes tener la tentación de dar por sentado que eso va a ser así toda la vida. Y, por desgracia, no es así. La vida es muy bonita si sabes cómo vivirla, pero tiene momentos difíciles. ¿Has tenido alguna experiencia traumática en tu vida? No me contestes, sé que no. Se te nota.

Este hombre ya me estaba empezando a tocar los cojones. ¿Quién se creía para entrometerse en mi vida?

—  No, la verdad es que no. Quizá alguna cosa menor, pero vaya, nada por lo que haya sufrido especialmente. — respondí, pese a que no necesitara esa confirmación.

Se quedó meditando un momento y se instauró un silencio entre ambos. No recuerdo que fuese incómodo, quizá lo fue. Sí que recuerdo que me dejé una nota mental grabada. “Ser más agradecido”, decía.

—  Bueno, chico, no era mi intención amargarte el día. Seguro que has pasado un tiempo estupendo allí arriba en las pistas y acabar así no es lo que deseabas. Cuéntame. ¿A qué te dedicas?

Más animado, por poder desviar la conversación hacia temas más triviales, le conté.

— Pues tengo una empresa de zumos ecológicos aunque la verdad es que no acaba de arrancar. — empecé, aunque tuve la sensación que no me iba a gustar la deriva de este otro tema.

— ¿Ah, sí? ¡Qué interesante! ¿Por qué la creaste? ¿Cómo te va? Yo también soy emprendedor e igual te puedo ayudar. — lo dijo con brillo en sus ojos, al pensar en poder aconsejar a alguien que estaba empezando.

te ofrezco ayuda

— Pues, la verdad, está un poco parada. Verás, entre medias, me surgió otra posibilidad, con gente muy buena, y no me queda mucho tiempo. — contesté, algo avergonzado por poder decepcionar al hombre. — Mi intención era poder fabricar los mejores zumos ecológicos y, gracias a un producto que enamorase a la gente, concienciarles de la importancia de la alimentación para llevar una vida sana y saludable. Mucha gente no le da la importancia que debe a los alimentos que consume y luego se extraña cuando enferma, ¿sabes? No digo que todo sea culpa de lo que se come, influyen muchas cosas, pero me pareció que, a través de la comida, se puede cambiar a mucha gente.

— Mmmmmm… Interesante. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Pero no entiendo, con la misión tan grande que tienes, cómo no te dedicas en cuerpo y alma a ella. — me espetó, de primeras.

— Hay que pagar las facturas. Venir aquí no es barato, no hace falta que te lo recuerde. — fue lo primero que se me ocurrió como respuesta.

— Y que lo digas. Pero, ¿qué crees que pasará en un año si sigues como hasta ahora? — lanzó la pregunta sin titubear.

— Uffff, no sé. En un año pueden pasar muchas cosas. — respondí.

— Intenta hacer un ejercicio de abstracción, hombre. — me retó.

— Pues, supongo, si sigo como hasta ahora, tendré que cerrar mi empresa. Pero bueno, esta otra empresa en la que estoy… Soy socio, también, por cierto. Esta otra empresa, decía, va muy bien y seguro que se consigue vender por un buen dinero — dije, mientras me notaba algo triste por lo que acababa de decir.

— Ya… ¿Dinero? ¿Y qué harás con él? —

Este hombre no paraba de hacer preguntas incómodas. ¡A qué mala hora acepté su compañía! Se me estaban atragantando las alitas, la verdad.

— Pues viajar a sitios como éste. Donar algo a organizaciones que ayuden a los más desfavorecidos. Y, probablemente, empezar una empresa relacionada con la alimentación saludable, pero esta vez dedicándome al 100% a ella — dije convencido y emocionado al imaginarlo.

— ¿En serio? — me miraba con una mezcla de sorna y sorpresa.

— ¿Sí? ¿Qué hay de malo en ello? — le respondí enfadado por su actitud.

— Nada, nada. No te enfades. Solo que me da la sensación que ya tienes lo que quieres y, sin embargo, te buscas excusas para no dedicarte a ello. No conozco a ningún empresario apasionado de su negocio al que no le vayan bien las cosas. Y, créeme, conozco a muchos. — dijo con una sonrisa, ahora un punto retadora.

— Claro, desde tu postura es muy fácil decirlo, pero cuando tienes que pagar facturas, no se ve todo así de fácil. — contesté intentando hacerle ver que no era tan fácil tomar una decisión así.

— Créeme, yo he estado ahí también. Hubo un momento que tuve que decidir y aposté por dedicarme a eso que pensaba iba a disfrutar más y que mayor impacto podría crear en la gente. — la ternura con la que me observaba ahora, mientras yo trataba de digerir todo ese torrente de ideas que me estaba lanzando, me sorprendió.

— Bueno, pues sin duda tuviste suerte y fuiste muy valiente. Te admiro por ello. — Dije, sin más, como zanjando esa conversación.

— La suerte se busca, chico, la suerte se busca. — sonrió de nuevo mientras se levantaba. — Perdona, pero mi mujer y mis hijos estarán a punto de llegar al restaurante para la cena y no querría hacerles esperar. Ha sido un placer conversar contigo y te deseo que todo te vaya muy bien.

— Igualmente — respondí, dudando si el placer había sido, efectivamente, mutuo.

Me quedé absorto mientras se empezaba a alejar aquel curioso hombre, cuando me asaltó una duda y, alzando un poco la voz para que me oyera, le dije:

— Oye, una última cosa. No me has dicho a qué se dedica tu empresa.

Se giró con una sonrisa y me respondió:

Fabricamos zumos ecológicos 😉

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *